Esa noche, antes de dormir, pedí por favor tener un contacto con el mundo de los sueños. No se lo pedí a nada ni a nadie en particular, pero mi deseo de contactar mundos sutiles era tan ferviente que tuve fe an que algo o alguien me ayudaría.
—Quisiera encontrar una señal —pensé—, en mi mesita de luz tan repleta de cosas quizá haya un libro que me la de.
—Así llegan las cosas de otros mundos-, me habían dicho. Hay señales por todos lados: en el viento, en los libros, en el vuelo de los pájaros, en los presentimientos. La materialización de lo astral y la intersección entre mundos es inminente, como tantas cosas que de tan obvias, no se ven.
Al día siguiente debía salir en el barco de las siete. Me desperté varias veces durante la noche por temor a quedarme dormida, casi se podría decir que dormía con un ojo abierto y otro cerrado. Una de las veces que desperté, alguien pasó cantando cerca de la ventana con voz fresca y agradable.
“Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado
y se puede sin embargo volver,
ya nunca más se pisará como antes
y poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado.
El otro lado es el mayor contagio.
Hasta los mismos ojos cambian de color
y adquieren el tono transparente de las fábulas.”
Quien cantaba era un hombre, y lo hacía con acento extranjero: la poesía era de Roberto Juarroz, yo misma solía recitar esa y otras tiempo atrás. Me pregunté quién le habría puesto música.
Con una hermosa luz ámbar se anunciaba el sol, que siempre casi rojo se hacía visible en aquellas latitudes tropicales. Había nubes azules en el cielo cerca del horizonte, lo que aumentaba el contraste y maravilla de colores.
Me levanté, salí de la casilla y empecé a caminar. Cuando llegué al puerto me sorprendí de no ver ningún barco. Me impacienté porque un amigo mío, Manuel, me esperaba río abajo en menos de una hora. Debía viajar de alguna manera pero no veía cómo.
Sin proponérmelo me elevé en el aire y volé por sobre el río que parecía una serpiente.
A mitad de camino se me acercó un ser extraño. En lugar de pies, al final de sus piernas tenía unos tubos , de los que brotaba una luz tenue. Se llamaba “Festoleso”, según me informó una voz muy clara que parecía estar dentro de mi cabeza. El Festoleso me molestaba un poco, se me ponía muy cerca y entorpecía mi vuelo. La voz me dijo también que el Festoleso era parte de mí. Que por ciertos disturbios emocionales, una cantidad de energía había salido de mi cuerpo y lo había conformado. Al saber esto y recordar las historias teosóficas acerca del "elemental del deseo", no lo pensé demasiado: me puse cerca de él, y el Festoleso, que ahora era casi transparente tarareó para mi sorpresa la poesía de Juarroz y luego entró por mis pies y se incorporó a mi cuerpo.
Desde lo alto avisté la casa de mi amigo, quien sabía mucho acerca de los sueños y ese día iba a enseñarme sus últimos descubrimientos: había encontrado la manera de llegar a templos muy antiguos, verdaderas universidades astrales y otros sitios de aprendizaje cósmico.
Para ese momento las nubes azules se habían adueñado del cielo. No había nada de viento y el aire era cálido y agradable.
Apenas llegué, noté a Manuel bastante preocupado, y antes de que pudiera contarle la historia del Festoleso, él dijo:
—En mi casa hay una invasión
—Ah… ¿Una invasión de qué?
—De ratas. Pero no ratas comunes, otro tipo de ratas, más finas. Y caballos, y hay niños en los caballos. Espero no tener que criarlos yo. Y no puedo darme cuenta de si estoy dormido o si estoy despierto, y eso que me esfuerzo mucho.
—Eso sí que no lo sé. Lo que sí habría qué ver, es qué simbolizan esas cosas para vos.
Una de las niñas que revoloteaba alrededor nuestro hizo un helicóptero de alambre y me lo regaló, y luego junto a los caballos y los otros niños correteó por el parque. Manuel los miraba desconcertado.
—No es la primera vez que escucho un relato de ese tipo— dijo después de escucharme —. Mi padre una vez me contó que en una etapa de su vida había dos espíritus que se metían en su cuerpo. Uno era bueno y agradable, el otro no tanto. Le entraban por los pies, pues parece que en estos, por ser la base del cuerpo, hay una puerta. Mi padre los sentía llegar y por varios días ellos lo acompañaban a todos lados. No hablaban, y a su modo él los sentía como una compañía. Nadie lo sabía. ¿A quién podía contarle eso mi padre, un ser tan racional, matemático y tímido?, aunque era innegable que era sensible. Además, según dijo también, eso no era un problema. Las presencias no interferían en su vida cotidiana. Él pensaba que le afectaban tanto como le interfiere a un árbol que alguien se siente debajo de su copa a disfrutar de su sombra.
Un trueno muy fuerte interrumpió el discurso de Manuel. La casa empezó a moverse como en un terremoto, y me pregunté con curiosidad si moriríamos. Después de tantos sueños de catástrofes había aprendido a tomar el tema con liviandad, a no apegarme al plano físico y a aceptar lo inevitable con naturalidad.
Minutos después la casa paró y todo, incluidos nosotros, dejó de bambolearse. Aliviados salimos al patio y sentimos el aire ahora frío y un granizo exquisito cayendo con suavidad. Al elevar la vista al cielo me sorprendió ver que era de hielo. Un helicóptero lo iba rompiendo, y según Manuel era así como se originaba el granizo. Luego alguien saltó del helicóptero en paracaídas hacia donde estábamos. Nos quedamos paralizados, hasta que escuchamos el ruido estridente de algo golpeando en el piso. Corrimos a ver y Manuel dijo:
—Lo que sigue es para ti. Estoy seguro, como los caballos, las ratas y los niños son para mí. Es una manera muy extraña de recibir señales. Tendrás que ir a ver.
Un tanto temerosa caminé y vi a un insólito ser, una mujer, de cuerpo muy largo, color marrón, con las piernas muy cortas. Al momento silenciosa y casi imperceptiblemente aterrizó a su lado una especie de nave. A punto de entrar en pánico me serené y me dije para darme valor:
—Voy a darle a este ser, sea quien sea, lo mejor. No puedo recibirlo con miedo ni con nada malo.
Me relajé, empecé a meditar y a sentirme muy bien.
—¿Quién eres? —preguntó la mujer al abrir los ojos.
—Soy Lina Bucher.
Ella se tocó el brazo y dijo:
—Mira, yo también tengo piel, y también soy Lina.
Me pareció recordar algo muy lejano. Sentí una confianza nueva en mí misma y ganas de alejarme, sobre todo porque parecían surgir personas y seres extraños de todos lados.
Caminé por la vasta llanura que se extendía a mis pies, quería estar tranquila y poner en orden mis pensamientos, y comprender el significado de ese torbellino de experiencias. Pensé que probablemente todo había sido un sueño, pero que aun en ese caso era notable haber encontrado el mismo día a dos seres que parecían ser parte mía. Me pregunté cuál sería mi verdadera identidad y si alguna vez estaría en condiciones de conocerla.
Un granero abovedado llamó mi atención. Me acerqué y en un salto estuve sobre su techo. Me sentía fuerte, y una sed de colores, sonidos y aromas me invadió. Todo se sentía con intensidad allí.
Pero inesperadamente, mientras llenaba a pleno mis pulmones, el granero remontó vuelo, y a cada momento aumentaba la velocidad. Tuve mucho miedo de caerme, dado que el techo no era plano, pero pronto me estabilicé y me acostumbré al vuelo. A lo lejos divisé una ruta. Quería ver los hermosos colores de los autos y sus sonidos, y pensé que como otras veces quizá apareciera el mar en mi camino.
Lo que apareció fue la voz de Manuel, aunque él no estaba conmigo
—Los verdaderos sueños enseñan de las restricciones, los que cumplen deseos son los de Hollywood. La memoria cuesta tanto y se escapan los sueños como pájaros. Uno los tiene un momento en su mano, y es dueño de su preciosa fragilidad, y al momento la mano se abre y allí se fue el sueño, con alas, tan lejos. Historias enteras se esfuman al abrir los ojos, y uno sabe que la tenía hace un segundo, y queda una sensación, o un nombre, o una emoción. Pero es nada comparado a lo que había. ¡Ay memoria, memoria! Hay muchos mundos llamados ‘mundos sagitales’, mundos que existen en el nuestro, que hay que saber mirar porque está todo ahí.
—Ah Manuel —dije aunque él no estaba allí—, muchas cosas han sucedido hoy ¿me ayudarías a captar su significado?
Pero Manuel, desde donde sea que estuviera, dijo que no me preocupara por las explicaciones y me felicitaba por haber vuelto al mundo de los sueños.
—¡Qué bueno que hayas contactado tu verdadero mundo nuevamente!
Esa tarde, mientras esperaba la llegada de los barcos y las golondrinas en el puerto, intenté ponerle melodía a otra poesía de Juarroz. Si el Festoleso lo había hecho, entonces quizá yo también podría.
“Pensar es una incomprensible insistencia,
algo así como alargar el perfume de la rosa
o perforar agujeros de luz
en un costado de tiniebla.
Y es también trasbordar algo
en insensata maniobra
desde un barco inconmoviblemente hundido
a una navegación sin barco."
Y no me dejes montar en pena
por no poder cortar las ataduras
Marzo 1998
Recuerdo una noche, cuando tenía dieciocho años, en la que dormía y soñaba que volaba planeando por el parque de mi casa. En mi vuelo, veía el tanque de agua, al que solía subir cada tarde. Medía quince metros de altura, y siempre había sido para mí muy agradable sentarme y permanecer allí en silencio, mirando el barrio desde lo alto, observando todo sin que nadie lo notara. Volaba y veía, también, al lado del tanque, el tilo y las hamacas cuando en mitad del viaje tuve una sensación extraña que me llevó a cavilar:
—Qué raro, yo sé que estoy durmiendo y que esto es un sueño, sin embar-go, yo “verdaderamente” estoy acá.
En aquella época, mi idea acerca de los sueños era que se trataban de una elaboración mental, basada en recuerdos, deseos y expectativas que se fusionaban y se concertaban para procurarles forma. Pero en aquel momento, estaba advirtiendo algo totalmente diferente: contaba con mis facultades racionales y sensoriales de una manera similar a como cuando estaba despierta.
Fue, entonces, cuando se me ocurrió llevar a cabo una acción voluntaria y experimentarla en todos sus aspectos para comprobar, de esa manera, si estaba “realmente” allí como lo sentía. Pensé en desplazarme hasta el árbol más alto del parque, un álamo frondoso, y tocar [palpar / rozar] detenidamente sus hojas. Así lo hice. Volé hasta él y las toqué con detenimiento. Mi sentido del tacto era tan real [intenso] como el de siempre, solo que, contrastando con la atmósfera sutil e irreal del sueño, parecía mucho más intenso [agudo / potente / profundo]. No tuve ninguna duda.
—Sí —me dije—, estoy acá.
Había comenzado, así, mi travesía. Con el tiempo, encontré libros, conocí a maestros y a otras personas que, como yo, investigaban las posibilidades de los sueños. No voy a relatar mi instrucción respetando el orden cronológico exacto de cómo se dieron los hechos; en parte, debido a que [porque] en el mundo de los sueños, la concepción del tiempo cambia por completo [Se sugiere: es otra o cambia completamente], y en parte, porque los primeros tiempos fueron inconexos y hasta tediosos.
Hace algunos años, conocí a mis dos auténticos guías: Bruna Sanz y Ernesto Schutz, dos seres asombrosos. Ellos abrieron mi mente con sus infinitos conocimientos e intuiciones y me enseñaron a operar los primeros andariveles de conciencia en el mundo onírico. También, conocí a Alejandro, uno de los estudiantes [o bien: uno de sus discípulos], con el que compartimos el aprendizaje; y quien fue, además, mi instructor y entrenador en el arte de observar el funcionamiento de la mente.
ENCUENTRO
Bruna era una mujer muy alta y delgada, de movimientos sinuosos y sonrisa amplia. La vi, por primera vez, cuando caminaba por los pasillos de un edificio que parecía una universidad en un día de clases. Ofreciendo su mano para un saludo formal, me dijo con alegría:
—Hola, mi nombre es Bruna Sanz. Soy tu nueva instructora de yoga.
La miré tan sorprendida por su altura y por el ondular de su cuerpo, que olvidé decirle que no estaba practicando yoga y que, seguramente, me había confundido con otra persona. Su voz canturreante me envolvió, y sentí una vibración sutil en la espalda. Luego, la gente se amontonó alrededor de nosotras, pues estaba por comenzar el curso que allí se dictaba, y la perdí de vista.
La siguiente vez que la vi, llevaba una pila de libros en la mano. Vestía un equipo deportivo blanco, muy elegante, y lucía, otra vez, su sonrisa exultante. Al verla, sentí otra vez una fugaz corriente que subía por mi espalda y quedé paralizada cuando la recordé.
—¿Mi maestra de yoga? —dije nerviosa.
—¿De yoga? —dijo, sorprendida, y lanzó una carcajada—. ¡Soy tu maestra de hipnagogia! —gritó, a la vez que se burlaba de mi desconcierto meneándose con suavidad.
En ese momento, supe que, si daba rienda a mis emociones, llegaría rápidamente a un estado de pánico. Si bien la realidad de los sueños era algo asumido por mí, la división entre uno y otro mundo también lo era. Esta mujer, quien fuese, estaba haciendo añicos mi ordenada idea del funcionamiento de las realidades. No me sentía preparada en lo más mínimo para que ambos planos de existencia interactuaran, ni se me había ocurrido nunca pensar semejante posibilidad.
Muchos pensamientos pasaron por mi mente en menos de quince segundos [Sugerencia para evitar rima interna: En menos de quince segundos, pensé muchas cosas], y pese a lo insólito de la situación, logré sentirme aceptablemente bien, aunque mi vida, a partir de ese encuentro, dio un giro del cual ya no volvió atrás.
Esa mañana, sin mucho más preámbulo, Bruna me ordenó que todos los días, al despertarme, escribiera cada uno de mis sueños, lúcidos o no, con todos los detalles posibles. Me explicó que, en especial, con respecto al acto de soñar, la memoria resultaba huidiza, pues nos escondía y quitaba, en un santiamén, experiencias complejas y muy valiosas. Con aire misterioso y mirándome de reojo, se refirió a una novela en la que Tanith Lee afirmaba que el sueño es esclavo del olvido.
—¿O era al revés? —dijo y se echó a reír.
Luego, me aconsejó no cambiar de posición ni levantarme de la cama, sino hasta recordar cada detalle de lo vivido en los otros planos. Le pregunté si esos mundos eran externos o internos, ya que los había experimentado de ambas maneras. Algunas veces era consciente de que estaba soñando, pues me sentía a mí misma como un punto, dentro de mi cabeza, que podía pensar y percibir moviéndose a través del cuerpo, y, o bien me quedaba allí, o bien salía hacia lo que creía el exterior, o sea, fuera del cuerpo. (En realidad, me había pasado solo una vez, pero quería dar la imagen de una persona experimentada).
Bruna no contestó, pero me pidió también, con tono autoritario, que durante una semana dedicara unos minutos por día a reflexionar sobre el significado de la oposición adentro-afuera y sobre cuántas cosas debían darse por sentado para llegar a tomar como verdaderos esos conceptos.
—Hay que relativizar todo hasta darse cuenta de que los límites no son más que ideas.
La miré sin entender, y ella respondió divertida:
—¡Debes dejar de hipostasiar1 a tu pobre mundo!... —Mientras lo decía, hacía una reverencia graciosa a manera de despedida sumando a ella su risa estridente [y sonreía de modo estridente].
La voz de Bruna tenía eco. Y ella y el reverberar de su voz desaparecieron como si se metieran en algún lugar dentro del aire.
La cultura es la percepción
de lo complejo.
Reinardo Schutz
Bruna parecía seria y tranquila la tarde en que volví a verla. Había estado escribiendo mis sueños y, ciertamente, comenzaba a recordar más detalles y a tener vivencias nocturnas más claras.
Los martes al mediodía, al salir de mi trabajo, almorzaba en un restaurante de la avenida Córdoba. Dos meses atrás, había encontrado a Bruna, o seguramente ella me había encontrado a mí, en una librería cercana, en la calle Paraná. Después de aquel día, cada martes me paseaba por allí implorando en silencio su presencia.
Al fin, un día apareció cimbreando, como si el viento moviese su cuerpo, al tiempo que hojeaba un texto. Sin levantar la vista ni dejar de mecerse, me saludó.
—Voy a hablarte de las imágenes hipnagógicas —dijo, sin preámbulos—. Esas visiones que la mayoría de las noches pueblan el pasadizo que te conducen de la vigilia al sueño. Ellas son como cuadros estáticos o vivientes, figurativos o abstractos, suaves o intensos, que pasan a toda carrera y fascinan la mirada del único testigo posible en ese momento, que, como cuando mira una película, lo hace sin intervenir ni saber qué es lo que va a ver.
Bruna parecía presente y distante a la vez. Yo no entendía de qué hablaba…
—Claro —continuó mientras sonreía y adquiría una actitud más cómplice—, no se te ocurra pensar en una telenovela o en una comedia, porque entonces ya sabrías todo de antemano. Algo surrealista estaría más a la altura. Es posible que nunca hayas sido consciente de esas escenas, pero ahí están, noche tras noche, o para ser más precisa, en constante navegar en nuestro inconsciente, debajo del limitado orden con el que nos manejamos.
—¿Te refieres al inconsciente de Freud? —pregunté, aliviada de que al fin hablara [estuviera hablando] de algo que me era familiar.
—No, no hablo del inconsciente de Freud, hablo del tuyo —dijo Bruna, sabiendo que me confundía—. La vida no tiene divisiones tajantes como, por lo general, se cree. No existen el consciente y el inconsciente, el psicólogo, la calle, la gente, el cielo y la naturaleza. Eso sería un resumen bien pobre, pero otro día hablaremos con más detalle de ese asunto. —Bruna respiró profundo.
—Volviendo a lo nuestro… —Su tono de voz se oía como si se hubiera sumergido en una corriente acuosa—. Cada imagen es la semilla de un sueño. Si puedes aislar una y mantenerla unos segundos, también podrás entrar en ella, como si fuera un escenario que cobra vida, digamos, como si te metieras en la película que estás viendo. Y allí, además de ser testigo, puedes ser protagonista o parte del reparto.
Bruna hablaba cada vez más lentamente, con sus ojos grandes fijos en mí, impresionándome con su discurso y su presencia por igual. [Bruna hablaba cada vez con más lentitud y fijaba en mí sus grandes ojos. Su discurso y su presencia me impresionaban por igual.]
—Estarás dentro de un sueño, y te sorprenderá la cantidad de cosas que puedes hacer. No es tan simple, aunque sí lo es…, como cualquier cosa que uno no sabe hacer y que luego aprende y maneja como lo más natural del mundo. Lo único importante, al llegar a ese punto, es permanecer en la experiencia onírica el máximo de tiempo posible. A partir de ahora, habrá muchos mecanismos que desactivar en tu manera de ser; ir a dormir, por ejemplo, tendrá un significado nuevo que será “ir a despertar”. —La seriedad de mi educadora se esfumó de repente—. ¿Te has preguntado qué es dormir? ¿Qué es eso de entrar tantas horas en estado de coma para luego volver al mundo de las marmotas? Dormir es más que cerrar los ojos, aunque claro, hay quien duerme con los ojos abiertos.
—Me da impresión ver dormir a alguien con los ojos abiertos —dije con torpeza.
—¿Y si ves a un muerto con los ojos cerrados? ¿Te parecería dormido? —dijo Bruna con satisfacción y regocijo— ¡Qué tontería! Pero continuemos. La postura que tomes al [¿poner a / hacer?] descansar a tu marmota —dijo, a la vez que en un salto se me acercaba y me sacudía suavemente los hombros— puede ser acostada o semisentada.
—El cuerpo no es una marmota, he leído que es sagrado —repliqué muy segura.
—Las marmotas también lo son —dijo ella imitando mi tono. Luego añadió:— Te decía que, una vez que estés cómoda y tranquila, vas a respirar en cámara lenta y podrás disfrutar con voluptuosidad cada sensación que florezca del contacto del aire con los órganos, con los músculos, etc., de tu marmota. —Me miró con cierta provocación—. Vas a mecerte con la marea entrante y saliente de aire. Vas a centrarte en tu respiración como si fuera lo único importante en tu vida. Sentirás la temperatura del fluido gaseoso, su recorrido en tus pulmones y percibirás que el ritmo, poco a poco, irá haciéndose más lento. Las imágenes aparecerán cuando observes el espacio que, por lo habitual, ocupa el pensamiento y cuando lo hayas desactivado voluntariamente. O sea, cuando dejes de entregarte a ellos y a la creencia de que van a arreglar tu vida.
Bruna soltó una carcajada y volvió a ser la del primer día, la que me dejaba al borde del desamparo de identidad con comentarios que sacudían el edificio de mi estructura mental. Aunque reconozco que, a la vez, su risa me daba una confianza y una estabilidad distinta a la conocida. Ella compensaba mi temblor interno. En esos momentos, parecía tener un ejército de risas esperando para salir en el momento que lo creyera necesario.
—Volviendo a las imágenes hipnagógicas, una de las características es la gran velocidad que traen. Nunca se quedan más de un segundo. Cambian, se transforman y entreveran desconcertando a la memoria, por lo menos a la consciente. Este es un fenómeno natural del estado alfa, en el que las ondas cerebrales se hacen más lentas —dijo mientras me miraba de reojo para ver mi reacción— y dejan visible la puerta de entrada a una actividad cerebral explosiva, por siempre nueva y nada discursiva como es la de las ondas beta con sus pensamientos lineales, de una a otra palabra por vez.
Esta vez no dije nada de lo que había leído al respecto y me sentí más serena internamente.
—Las imágenes suelen aparecer también cuando estás muy fatigada y cuando llevas mucho tiempo sin dormir. Puedes hacer la prueba: pasa una noche entera sin dormir y verás —dijo en un tono que tanto podía ser serio como burlón.
—No lo olvides, el momento de cambio de estado de conciencia, de la vigilia al otro mundo, te parecerá poblado de irracionalidad por la detención del pensamiento como hilo conductor y organizador de la percepción.
Bruna se alejó.
En todo el tiempo que estuve con ella, no reparé en nada de lo que pasaba alrededor. Parecía que el mundo se había detenido. Ese día comenzó mi práctica, que tardó más de un mes en tener éxito.
Mis expectativas se frustraban porque el sueño llegaba como la crecida de un río, dándome tiempo sólo a imaginar el pasadizo de imágenes. Hasta que una noche, igual a otras, me invadió un estado de relajación muy agradable en el que los pensamientos se sucedían más pausados que de costumbre. Momentos después, además de pasar con lentitud, empezaron a deformarse, y una palabra, que no era coherente con la idea del momento, se colaba. Al darme cuenta y sabiendo que justo en ese momento estaba la clave de mi búsqueda, reaccionaba y regresaba a la lógica habitual para, después, volver a empezar.
A veces, las que aparecían no eran solo palabras incoherentes, eran imágenes que pasaban muy rápido y que mezclaban escenas vividas con figuras abstractas o con cualquier cosa que uno pueda imaginar, o más raras aun.
Una idea pasó tenue por mi mente con respecto a las imágenes: ¡tantos cuadros podrían ser pintados con ellas! Las imágenes de esa noche alcanzarían para varios años de pintura, que por suerte no era lo mío, si no, no sabría cuál elegir entre tantas posibles, aunque cuando me dormí soñé que sí lo hacía. Soñé que pintaba, que pintaba bien, y eso me colmaba de la sensación de plenitud que da el poder expresar fielmente una intuición verdadera.
Alguien me decía:
—Ahora pintás bien. —Y me miraba.
Yo contestaba y me sorprendía con mi respuesta:
—Sí, pinto bien porque ya no me importa la opinión de los demás, eso es lo que me da libertad.
Eran varios los cuadros. Recuerdo, sobre todo, uno rebosante de mar y de cielo, entre celestes y verdes, con gotitas de negro; con alguien sentado en un muelle mirando el agua, y el agua que esparcía reflejos.
Luego de meses de práctica, llegué a mantener, unos pocos minutos, esa fina conciencia hasta que una de esas imágenes, imposibles de atrapar por su fugacidad, me atrapaba a mí, me llevaba con ella y, o bien empezaba a fabricar un sueño, o bien me hacía caer en la inconsciencia.
Me acuerdo de la primera vez que me ocurrió. Estaba en un hotel, muy lejos de mi casa. Las imágenes pasaban. Una fue la imagen de un auto rojo en alguna calle empedrada; en un instante, dejé de ser testigo: la imagen me tragó, y yo estaba allí, al lado del auto, y con toda mi conciencia, miraba una de las ruedas, que estaba pinchada, y pensaba con mucha preocupación cómo haría para cambiarla. La escena duró unos segundos, y para mi suerte, algo me trajo de vuelta a darme cuenta de que era sólo una imagen de mi mente. [algo me hizo dar cuenta de que era sólo una imagen.]
A los pocos instantes, vi la imagen de unos edificios con balcones. Y ahí estaba, segundos después, sacudiendo tranquilamente una alfombra desde uno de ellos para volver en seguida a mi cuerpo adormecido.
Ese mismo día, otra imagen me atrapó un poco más y logró desplegarse en forma de sueño: era la imagen de una mujer gorda y rubia. Aparecí a su lado al tiempo que ella me miraba con fijeza a los ojos y me decía:
—No deberías estar tan sola.
Enseguida desaparecía, y yo me asomaba desde el umbral de la casa en que estaba. Mirando la vereda antigua y desierta, dije, como si le contestara:
—¿Y con quién querés que esté si acá no hay nadie?
El hombre ha confundido progreso con evolución,
sin darse cuenta que el progreso es el agregado
de mecanismos a las piedras.
R. Schutz
Solía encontrar a Bruna en la librería, en algún bar, o, a veces simplemente, parecía materializarse junto a mí cuando miraba algún escaparate. Nunca me preguntaba sobre mi vida. y No hablaba de sí misma ni de ningún tema que no estuviera enlazado con de las maneras de entrar al sueño —comenzó una vez— es a través de la práctica de los estados “Wu”.
Yo la miraba expectante.
—Es aconsejable comenzar a practicarlos acostada en una cama o en una colchoneta, aunque después podrás hacerlo sentada o incluso de pie o caminando. Es un ejercicio simple que requiere concentración y genera casi, instantáneamente, un bienestar exquisito. La pequeña traba que puedes encontrar es la de no poder abandonar el hilo de pensamientos. O qué decir hilo, más bien, la madeja o el tránsito de varias manos de ideas que te rodean cuando pretendes estar callada. No bien renuncies al muerto placer de pensar, la vida comienza a fluir sin conclusiones a través del estado wu.
—¿Por qué dices que los pensamientos me rodean?
—Porque los pensamientos no están dentro de la cabeza, sino alrededor de ella. Un vidente los podría ver porque toman forma.
—¿Cómo una película?
—Por supuesto. ¿O acaso crees que aparecen las palabras escritas?
Bruna estaba ese día entre técnica y burlona. Esto me desorientaba, pues no sabía qué de lo que decía era en serio y qué en chiste.
—Para lograr los estados wu, puedes usar un ejercicio maravilloso que practican en China desde hace miles de años. Cuando inspiras, recorres con atención tu cuerpo, desde la coronilla hasta los pies, y al exhalar, subes por las piernas y por la espalda, otra vez, a la coronilla y vuelves a empezar. Procura oxigenarte bien en cada respiración; para ello, es menester soltar primero todo el aire que llevas adentro. Para comprobar que lo has hecho, puedes hundir el pecho y el abdomen, exhalando a fondo antes de inspirar. Después de unas cien vueltas bien respiradas, hasta el más duro siente el efecto. Tendrás todo un inventario de nuevas sensaciones. En la hipnagogia, la atención está en la mente; en los estados wu, en el cuerpo. Debes sentirlo a pleno, aflojarlo y serenarlo sin dispersarte. Los estados wu comienzan cuando el cuerpo empieza a vibrar y a sentir corrientes que lo transitan.
—¿El cuerpo empieza a temblar? —pregunté con temor de que Bruna fuera espiritista.
—Depende de como se mire. El cuerpo de los sueños no está fuera del cuerpo físico, está dentro de él y empieza a despertar cuando el otro se calma, o sea que, para que el cuerpo de sueños actúe, el físico debe llegar a la quietud absoluta. Es como cuando duermes a un bebé: debes acunarlo y hablarle suave hasta que se deje ir y en ese instante, te levantas. Es el momento en que la conciencia cambia de cuerpo y en que empieza a aparecer otra típica e interminable gama de sensaciones, ahora, más intensas. Puedes sentir que te balanceas hacia los costados, o hacia adelante y hacia atrás. También, que el cuerpo entero late, que se agranda hacia una dirección o hacia todas a la vez, o bien, puedes sentir vibraciones generales y cosas por el estilo.
La información que Bruna me daba era tan condensada y fuera de lo común que temía olvidarla, por lo que me esforzaba en prestar atención, al mismo tiempo que una sensación algo desagradable se movía por mi estómago.
—Es muy extraño pensar que las personas tengan más de un cuerpo —comenté confundida—. Yo creía que los sueños se daban en un plano inmaterial. ¡Parece cosa de locos!
—En todo caso, la vida es una cosa de locos.
—¿Por qué dices eso?
—Porque caemos al mundo sin aviso, sin decisión propia ni garantía de nada. ¿Es racional empezar el proyecto más grande que se puede tener, la propia vida, al azar, sin elegir a las personas que nos educarán? ¿Y si te tocan padres desquiciados? ¿O fanáticos? ¿Y si naces entre los jíbaros? ¿Reducirás cabezas?
Bruna reía divertida mientras mi confusión aumentaba.
—Es una forma extraña de ver las cosas.
—En Oriente, la gente come las hojas del crisantemo —continuó Bruna—. Las cocinan, y quedan exquisitas. Un día le pedí a una vieja tía, que cultivaba esa planta, algunas hojas para preparar. Ella se escandalizó y empezó a alterarse y a gritar: “¿Cómo vas a comer plantas de flores?”. Yo le contesté que todas las verduras eran plantas de flores. ¿Sabes que contestó? “¡Sí, pero esas están en la verdulería!”.
No podía negar que lo que decía Bruna tenía mucho de cierto, aunque también era bastante rebuscado.
—Si supieras la cantidad de buzones que nos han hecho tragar —continuó ella—; es más, todo es un gran buzón... —dijo y se quedó pensativa—. Querida, creo que estoy teniendo apetito, vayamos a comer algo.
Temprano, el cielo había estado cubierto por un gran nubarrón gris que, con el paso de las horas, se abrió en un inmenso delta de ríos celestes y de brillos de sol, espejados en nubecillas como islas perladas.
Caminamos dos cuadras en silencio a la luz del anunciado atardecer y luego entramos al restaurante de la avenida Córdoba. Mientras ordenábamos algo, Bruna retomó el tema.
—Para comprender el cuerpo y el mundo de los sueños, debes dar lugar a nuevas ideas, por ejemplo, que la materia de la que se componen es más sutil que la de los objetos que vemos aquí.
—¿Pero un mundo no requiere espacio para desplegarse?
—El espacio, tal como lo conocemos, es de nuestra jurisdicción solamente. Los kilómetros, los metros, los kilos y las balanzas no aparecen necesariamente en otros planos.
El tono de voz que usaba Bruna me llenó de calma hasta hacer que mi estómago se distendiera, y sentí apetito. Incluso ahora sus conceptos parecían fáciles de aprehender.
Mientras saboreábamos una gustosa mayonesa de zanahorias, Bruna continuó:
—Dejemos que las nuevas concepciones se instalen poco a poco y vayamos a lo práctico. Los estados wu es una de las maneras de inducir la entrada en aquellos mundos, una entrada más corporal, así como la entrada a través de las imágenes es más mental, [una entrada más corporal que la entrada a través de las imágenes, que es más mental;] aunque, claro está, no son para nada las únicas maneras de inducir la conciencia de sueño. —Bruna hizo una pausa mientras tomaba su té de hierbas para decirme luego, con mirada urgente, casi mandona:—Úsalas todas, una o ninguna, pero entra.
Terminó de beber y retomó con tono apacible:
—Una vez que hayas dominado la técnica de los estados y de la entrada por imágenes, podrás jugar con tu creatividad e inventar tus propios modos.
—No entiendo qué podría inventar.
—Ya verás. El solo hecho de dejar de lado el pensar sin sentido, por sí solo, te traerá aire fresco de percepciones nuevas, y florecerá en ti la fluidez de la improvisación bien entendida. Sentirás tu cuerpo con intensidad, podrás expandir la órbita china muy lejos, sentir a fondo alguna parte en especial, etc. Pero no vale la pena explicarlo, solo quería que estés atenta a eso cuando empiece a ocurrir.
Con mucho entusiasmo, encaré la práctica de lo que me enseñó Bruna ese día. Capté mucho más rápido la entrada a los estados wu que a la hipnagogia, aunque era posible que los meses de práctica constante [Para evitar la rima con avance, se sugiere reemplazar por: tenaz, insistente, firme] me hubiesen facilitado el avance. Era una delicia adormecer el cuerpo y recuperarlo desde inimaginables percepciones, tan variadas y placenteras como energizantes.
Incluso cualquier mal estado de ánimo cedía ante su llegada. Sin embargo, al rato de practicar, me dormía, lo que al día siguiente me dejaba bastante deprimida y con sensación de fracaso.
Oct 2015 Ayer - Estoy soñando que ando a caballo con un grupo de gente. Sospecho que es un sueño. Me estiro el dedo índice y para mi sorpresa me quedo con un pedazo de dedo en la mano. Me da mucha impresión y digo ¿qué hago con esto? Y lo tiro, mirando de reojo el dedo índice ‘original’ que está en mi mano y que por suerte está entero. No dudo de que es un sueño y vuelo alto. Veo una costa y el mar. Desde arriba se ven como laguitos de colores en la playa con alguna palmera al lado. Los laguitos son de colores variados, como los del espectro de luz blanca al descomponerse (en ese fenómeno me enfoqué en el experimento arcoiris).
Imagino un paisaje en mi mente y lo agrando hasta que llega al tamaño justo, haciendo zoom literalmente con la imagen (me parece un recurso interesante para los SL) y camino por él. Es una playa con acantilados.
Pregunto gritando: ¿Esto es la Atlántida? ¿La verdadera Atlántida? ¡Quiero que los seres más altos, los más espirituales, aparezcan! Espero y no veo ninguna señal de respuesta ni de nada. Sigo volando y llego a una ciudad normal.
Como me cuesta volar, bajo en una zona arbolada, con casas de ladrillo a la vista. La mayoría eran redondeadas y tenían una base de cemento, “como cuando se construye para prevenir inundaciones”, pensé. Al ir bajando veo el interior de una casa que estaba habitada por animales que conversaban entre sí. Recuerdo a un burro que estaba acostado en una cama y comía pasto que había en el respaldo. Al bajar del todo había chicos jugando. Giré sobre mí misma a ver si me sentía con más fuerza y luego volé con uno de los niños. Me seguía costando el vuelo, como si tuviera que hacer mucha fuerza.
A veces pienso si esos problemas para volar no tienen que ver con la parálisis de sueño, que aunque se está soñando se estuviera haciendo fuerza con los músculos.
Hoy - Tuve un sueño común en el que estaba en una casa muy grande, con muchas habitaciones. Estábamos conversando con algunos parientes cercanos en un salón con sillones. Yo estaba un poco ansiosa pensando en el experimento de la Atlántida. Quería irme a dormir a alguna habitación para lograr un SL. En cuanto pude hice eso. Encontré un cuarto con una cama de dos plazas, me acosté y empecé a concentrarme en la respiración y hacer el tipo de preparación que hago normalmente sin sospechar que ya era un sueño. En un momento sentí que mi cuerpo estaba dormido y me levanté pensando que había logrado un wild. Salí de la habitación y vi que la casa estaba ahora llena de gente y que era una fiesta. Pensé que no me veían y fui volando por encima de todos pensando en ir a la Atlántida. Me fue muy difícil salir porque siempre había más puertas que daban a paredes y a más habitaciones. Una vez fuera de la casa me sentí aliviada pero un poco culpable por haberme ido de la fiesta. Grité ‘quiero ir a la Atlántida’ y no pasó nada, giré sobre mí misma y la escena brilló y tembló pero no cambió. Corrí y me arrojé volando de un muro muy alto y abandonado pero sentía que no lograba lo que quería. Entonces me resigné y pensé “voy a tener que ir en avión”, y me fui al aeropuerto de la ciudad que por suerte encontré en seguida. Caminaba hacia un avión con dos azafatas al lado y pensé aprovechar para preguntarles algo. Les saludé y después les dije: ‘¿Ustedes que hacen cuando no están trabajando de azafatas?’ Una de ellas me miró sorprendida y dijo: “Tomo jugo”. Yo pregunté: ‘¿Sólo eso?’ –Sí, sí, sólo eso, nos encanta tomar jugo, ¿no? La otra asintió.
Yo pensé, ‘estas chicas son como extras de una película, su libreto es mínimo, y recordé la película Truman Show, me pareció algo así como una falla del sueño. El sueño empezó a desvanecerse y ‘desperté’ otra vez en la casa llena de gente. Mis parientes estaban allí. Les contaba mi frustración por haberme despertado y no haber llegado a la Atlántida. Ellos hablaban mucho y les pedí que no habláramos más, que tenía que intentar volver a dormir. Recorrí un poco la casa y reconocí los lugares por los que había tratado de salir de ella en mi supuesto sueño. Luego me volví a acostar en la misma cama. Tengo la sensación de haber hecho la preparación para un wild durante mucho tiempo, en el que chequeaba una y otra vez haberme dormido y sentía que no. Hasta que en un momento me desperté de verdad y no podía creer no haberme dado cuenta.
El descubrimiento de hoy es con referencia al transaccional y a la interpersonalidad. Todos somos príncipes y princesas. Siempre. Entonces eso es lo que estoy cultivando por la calle Alberti, yendo a buscar un encargo a una libreria llamada "Aqui y Ahora". Y entonces fui que vi la tienda que lleva el nombre de la canción que empezó a sonar en ese instante y que justamente refiere a una princesa. Ese punto de encaje, que aumenta con la canción siguiente, una canción romántica común, se siente como si fuera una canción dedicada al vacío, a la gran dicha, al universo en sí, universo que ríe y ríe desde todos sus confines y sinfines como reían las estrellas para el principito. Escuchando esta canción, llega a sentirse un enamoramiento de todas las personas cual, porque entonces ya no hay diferencia de unas personas a otras, por lo tanto no se individualiza y eso me enamora facilmente de todos. La humanidad se resume en el tu, entonces se hace percibir la unificación de la humanidad en la imagen tu, que en definitiva es yo, que en definitiva es la conciencia indiferenciada.
Si la intersubjetividad es un lugar de poder entonces uno empieza a tener planes, porque si no, dejar todo el sambhogakaya Cristiano de un día para otro, se vuelve una cuestión compleja en el sentido de poder caer en un estado de aburrimiento e ir para atrás, en el sentido de no tener motivación. Se empieza a ver que las transacciones son negocios y uno tiene que hacer su negocio. Con ese objetivo, horas más tarde, me saco una foto con Sting para que la vea el tío Richard pero a la vez para tener un vínculo establecido. También puedo dar regalos, reales e imaginarios a todas las personas que conozco y a las que estoy por conocer, desde el Ser desinteresadamente, y a la vez interesadamente desde el yo adulto, porque entonces el vínculo se profundiza y son pequeños detalles que hacen que luego los otros te quieran mucho más. Ese es el negocio de la intersubjetividad. Porque si se tienen más amigos y más gente te quiere luego tendrás más interesados para que vayan a tus cursos a intentar desarrollar su sambhogakaya, para que te den lugar en sus vidas o para aprender a compartir e intercambiar experiencia y afecto abstracto. Entonces una de las estrategias es incrementar la alegría, simpatía y amabilidad genuina, el humor transpersonal y el magnetismo sano. Ese es el incentivo de cada día, tejer una red, un edificio de imágenes tú y yo de esa manera se abren puertas y se crea el foco del yo, que es una de las patas de la mesa de la conciencia que aporta una gran dosis de motivación. La conciencia es jinete, y en este momento el yo es el mapa que debe escribirse a si mismo: con sus objetivos milimétricos, transacción a transacción, va logrando beneficios de yo y de conciencia, ahora mancomunados en el objetivo de la evolución: la conciencia altruistamente, en percepción no dual, y el yo a través de los mecanismos de la dualidad, tal como si la budeidad fuese un negocio, impecable pero negocio al fin. Con todas las estrategias intersubjetivas. Estrategias que parecerían a primera vista las de un sistema capitalista. En donde el capital es la energía y la conciencia. Lo que se neutraliza completamente al estar el yo supeditado al gran no yo.
En la siesta matutina empecé teniendo sueños molestos relacionados con temas que parecían laborales y de responsabilidades bastantes largos y molestos. Hasta que recuerdo que no sé cómo aparecí en un paisaje desierto, semi montañoso, en el que había sólo tierra seca y piedra. Recordé el experimento y sintiendo claridad, dije, como para ahorrar tiempo, “declaro que esto es la Atlántida", y decidí buscar la ciudad”. Volaba a grandísima velocidad pensando que debía estar tranquila para no despertarme. Llegué a una ciudad aparentemente común. Entonces me propuse como objetivo hablar con los personajes que encontrara. Ni bien pensé eso, la ciudad cambió. Desaparecieron los autos y la gente, y las casas se volvieron todas blancas, con algunos ribetes de colores y farolitos negros. Todo muy ordenado y lindo. No me gustó que la gente hubiera desaparecido y me propuse encontrarla. Volé hasta ver en una esquina gente reunida y escuchando música. Me acerqué a ellos y me sorprendí al escuchar que hablaban un idioma extrañísimo. Entré a la casa que había en esa esquina y estuve a punto de despertar pero empecé a tocar la alfombra rosa que cubría el piso y las paredes, y el sueño se restableció.
Me fui volando de ahí sin perder mi objetivo. Vi un río, y al costado un terreno en donde había chicos y grandes corriendo, como jugando a algo. Me acerqué de a poco, me metí entre ellos. Un chico de unos doce años, con pelo castaño hasta los hombros, sonriente y lindísimo, me miró. Entonces le empecé a hablar diciendo que el lugar era muy lindo y qué bueno que estaban corriendo, y si no quería que fuéramos volando hasta el río. El asintió y yo seguí hablando, y como casualmente le dije: “que suerte que tenemos de vivir en un lugar como este que se llama…” y el niño contestó: “Atlan”. Entonces apareció otro niño más pequeño, rubio, que parecía muy triste. Lo abracé un rato y lamentablemente el otro se fue y el sueño empezaba a desvanecerse, así que lo dejé y fui sola al río.
El río era raro, quizás artificial o una represa. Muchos cables lo cruzaban, y había unas construcciones, o grúas, no sé qué eran. El agua corría muy rápido y en ella pude ver peces grandes, de unos cuatro metros los más grandes, de los que asomaba el lomo a la superficie, de color entre gris y marrón. El río era oscuro. (En el sueño de ayer ya había visto peces como esos en el mar).
En un momento uno de los lomos de los peces empezó a metamorfosearse y se veían formas de manos y de algún cuerpo humano en él. No me gustó eso y dije “basta de eso” y volví volando a la ciudad pensando en qué seguramente Laberge diría que debería haberme quedado para entender qué era, qué seguramente era algo de mi inconsciente.”Con ese criterio –pensé- todo es producto de mi inconsciente y lo estoy creando yo, por lo que sería mejor no soñar y directamente quedar en vacío”. Bajé en la entrada de un restaurante. Me asomé al interior y vi que era muy elegante y que había bastante gente sentada conversando y comiendo, muy bien vestida. Miré mi ropa y no era adecuada. Primero pensé “si la fiesta está en mi inconsciente: ¿para qué molestarme en cambiarme?” Sin embargo, deseé estar bien vestida y al mirarme tenía una pollera larga y una blusa bastante raras. Miré a mí alrededor y vi a una chica vestida con el mismo estilo. Rebobinando ahora, un personaje se parecía a suelosoñar, sin embargo en el momento no me di cuenta. La mayoría de las personas eran hombres. Pensé con cuáles me sentaría ya que parecían interesantes todos. Uno pelado y con ojos medio amarillos transparentes, de mirada muy intensa me dijo con una sonrisa extraña que me siente en una mesa chiquita, sola, mirando hacia una pared, en tanto que hacia el lado contrario además de estar la gente había gran ventanal y una puerta que daban a un hermoso campo. Me senté. Vino un mozo y me ofreció comidas con carne de vaca a lo que yo le respondía que no, que carne de vaca no comía. Entonces me dijo: “filet de pescado con huevos y verduras y luego ‘café arrepollado”. (Me dio la impresión que me ofrecían comida para distraerme y que no hablara con nadie, y como tenía hambre, resultó).
Luego tuve u sueño normal con una institución que educaba caballos, en parte para asistir a personas con distintos problemas. Recuerdo uno blanco, hermoso
Iv oct 25-Tomaba conciencia de que estaba soñando y llamaba en voz alta a los participantes que podía recordar:
-¡Mariana! ¡Sofi! ¡David! ¡Mathiu! (un antiguo miembro del foro).
Y aparecían los cuatro pero convertidos en animales grandes, de cuatro patas. Mariana era una especie de caballo-perro con el lomo muy largo (me hizo acordar a "La historia sin fin"). Como yo seguía con mi cuerpo habitual, le pedí si podía llevarme en su lomo y me dijo que sí, entonces salimos todos volando rumbo a la Atlántida. Sobrevolamos una ciudad común, con calles y autos. No recuerdo más.
2 Fue wild. Salí volando de la habitación y llamé a Mariana y a Sofi. Nadie apareció. Yo volé buscando la Atlántida y aparecí en un paisaje montañoso y con bosques. La noche era oscura. Volé con distintas técnicas mucho tiempo y el paisaje no cambiaba ni me cruzaba con nadie. Se veía poco porque era de noche y estaba nublado. Pensé: “quisiera que aparecieran seres evolucionados de la Atlántida”. Entonces aparecieron cuatro o cinco esferas luminosas a bastante velocidad a treinta o cuarenta cm del piso. Seguí volando y vi ruinas o formas de piedra, no sé bien, entre los árboles. Me pareció que podían ser figuras de soldados y hasta que se movían. Por temor a alguna pelea seguí y llegué al mar. Me puse a hacer surf con una canoa-tabla que apareció, lo que era muy placentero porque mi cuerpo no pesaba casi nada. En un momento me pareció que las olas eran tan altas que estaban tapando los árboles y pensé en la ciudad sumergida. Al rato fui para la playa y deseé que apareciera gente y apareció un escenario con un grupo de música. Cantaron Eiti-Leda, una canción de Charly García y me extraño porque la escuché completa, y es bastante larga. (luego lo asocié con el sueño de AnubisMIto del escenario)En ese momento me acordé de Laberge y pensé “cómo va a decir que todo está en la imaginación (¿), los arreglos de todos los instrumentos, todo este sonido elaborado, yo de ninguna manera los puedo tener en mi imaginación, tendría que haber fallas, y sin embargo lo de no poder encender la luz en sueños dice que es una falla”.
3-Tomé conciencia de que se trataba de un sueño. Antes de salir de mi habitación (el sueño transcurría allí) pensé: “que al salir sea la Atlántida”, sin embargo salí al pasillo que hay normalmente, solo que estaba bastante deteriorado. E la cocina vi un hexágono blanco, de telgopor, de un metro de diámetro más o menos. Lo agarré y pensé entrar a la Atlántida por allí. Me zambullí en él y aparecí en una escena maravillosa. Era un fiesta al aire libre, en una especie de plaza iluminada con jardines, tal vez la vereda del templo pensé. Las mujeres tenían vestidos largos y zapatos muy brillantes y el pelo negro también brillante. Se escuchaba música clásica, de violoncelo. Me desperté y sin moverme volví a entrar al sl pero estaba en un departamento. Una mujer me sirvió un té y en seguida decidí volver a Atlantis zambulléndome en la taza. No tuve miedo a quemarme “total es un sueño”, pensé y luego de hacerlo aparecí ante un ventanal que daba al mar. Un hombre estilo alemán estaba al lado mío. Atravesamos el ventanal y él se me vino encima a darme un beso. Yo le dije que no moleste, que era mi sueño, que más vale se convirtiera en un príncipe atlante para ir a la fiesta. Él se fue volviendo invisible y lo sentí seguir caminando al lado mío. Llegaba a una ciudad. Pero había autos. Volví a desear llegar a At. Y aparecí debajo de una construcción, como si fuera un estadio de fútbol, construido pegado al mar. Me dio miedo sumergirme a buscar la ciudad, entonces grité: “que emerja la ciudad”. Y del agua emergió una ciudad en ruinas, estuvo unos segundos sobre el mar y se volvió a hundir. Desperté.